Sábado, Octubre 5
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La tía Isis: un adiós que no es adiós, el alma de la saya en Sucre

Sentada entre neumáticos, en la bulliciosa avenida Jaime Mendoza, Isidora Pinedo Barra, conocida cariñosamente como la Tía Isis, una figura imponente y serena. 

Con su presencia inconfundible, se erguía como una de las pocas mujeres afrobolivianas que, con firmeza y determinación, echó profundas raíces en Sucre. 

Su figura contrastaba vivamente con el paisaje andino que la rodeaba. Había llegado a la Ciudad Blanca desde Tocaña, desde los cálidos Yungas de La Paz, a la tierna edad de quince años. 

Desde entonces, la ciudad, con sus cielos despejados y sus profundas tradiciones católicas, la acogió y la transformó en su nuevo hogar, entrelazando sus raíces con las de esta tierra que, aunque lejana, supo recibirla con los brazos abiertos.

Con su pollera colorida y su sombrero de copa baja, la Tía Isis entrelazaba la esencia africana con lo más autóctono de los Andes. 

No era una combinación cualquiera; cada detalle que portaba en su vestimenta contaba una historia, marcando la fusión entre dos mundos. 

Las trenzas que caían sobre su espalda parecían contar relatos de sus ancestros, aquellos que cruzaron el océano, pero cuya alma permaneció intacta a lo largo del tiempo.

Melina Avendaño y Silvia Andrade, su hija y sobrina, se sientan conmigo, evocando el legado de la “Mamita Isis”, o la “Tía Isis”, como todos la conocían. Melina, con una sonrisa llena de ternura, deja entrever en su mirada el peso de la nostalgia. “No voy a bailar más la saya”, decía a menudo la Tía Isis. Sin embargo, confesaba que, cada vez que la música comenzaba, sus pies se movían por sí solos y, de pronto, se encontraba rodeada de sus hijos, nietos y “mis negros”, decía, bailando como si el tiempo jamás hubiera pasado.

Para Isis, la saya era más que una danza; era el alma misma de su identidad afroboliviana. Era la cuerda invisible que unía su corazón con el continente africano, una promesa de que, aunque nacida en Bolivia, África siempre estaría en su piel y en su sangre.

En 2022, la comunidad afroboliviana de Sucre se reunió para darle un último adiós a la Tía Isis, aunque no fue una despedida triste, sino un hasta luego. El ritmo de los tambores africanos inundó las calles; el djembe, la conga y el güiro resonaban con una fuerza que parecía venir desde las raíces más profundas de su historia.

Los cantos y las danzas celebraban la vida de una mujer que, aunque lejos de su tierra ancestral, había sabido preservar su identidad con dignidad y orgullo.

Hoy, la saya no solo es una danza; se ha convertido en el alma de la cultura afroboliviana en Sucre, una ciudad que, con sus casas blancas y sus tradiciones mestizas, ha aprendido a abrazar esta expresión cultural. 

Durante la Entrada Folklórica de la Virgen de Guadalupe, la saya se alza con majestad, inundando las calles con su vibrante energía. Los bailarines, ataviados en blanco y adornados con líneas rojas que evocan la sangre ancestral de sus antepasados, marcan el ritmo con cada paso. 

Estas líneas no solo embellecen su vestuario, sino que también reflejan una conexión profunda y emocional con la herencia afroboliviana, fusionando tradición e identidad cultural en cada movimiento. 

Cada gesto y cada paso laten con la historia, recordándonos que, a pesar de las distancias y las diferencias, la esencia de la cultura afroboliviana permanece firmemente arraigada en el corazón de Sucre.

“Nosotros nos llamamos ‘Negro’ con cariño, con orgullo”, dice Melina, recordando las enseñanzas de la Tía Isis sobre la importancia de mantener viva la identidad afroboliviana. “Somos descendientes de africanos, no de esclavos”, recalca con fuerza. Cada palabra de Melina es un eco de la sabiduría que Isis dejó en su comunidad, una comunidad pequeña en número, pero vasta en historia y cultura.

Hoy, mientras las abarcas de los bailarines golpean el pavimento de las calles sucrenses, la saya sigue viva. 

El legado de la Tía Isis resuena en cada paso, en cada sonrisa, en cada mirada orgullosa que cruza las calles. 

La Tía Isis puede haber dejado este mundo, pero su espíritu, su risa y su danza continúan vivos en los corazones de quienes la conocieron, y en cada nota de la saya que llena el aire de Sucre.

Via: ERBOL

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