Las vendedoras de San Roque son un ícono de la cultura y gastronomía de Tarija. Durante décadas han mantenido viva una tradición que trasciende la Fiesta Grande en honor a San Roque, ofreciendo a los visitantes y locales una variedad de masitas típicas que incluyen empanadas blanqueadas, alfajores, hojarascas, pasteles, y otros manjares que forman parte del acervo culinario chapaco.
Estas vendedoras, quienes han trabajado en este rubro por más de 40 años, enfrentan hoy desafíos económicos y climáticos que ponen en riesgo su actividad, pero continúan con la esperanza de que la situación mejore.
Doña Florentina Cardozo, presidenta de la Asociación de Vendedoras de San Roque, ha sido testigo de la evolución de esta tradición por 38 años. Antes vendía sus masitas en el mercado Central, pero ahora, como muchas de sus compañeras, lo hace en la calle frente a la Iglesia de San Roque. A pesar de la crisis económica que ha afectado al país en los últimos años, especialmente desde la pandemia, estas mujeres han seguido con su trabajo incansable, adaptándose a los tiempos difíciles.
“Antes, todos esperaban la Fiesta Grande con ansiedad, pero ahora ya no es lo mismo. La venta ha bajado y llegan menos turistas”, relata doña Florentina. Ella, como muchas de las vendedoras, ha reducido la producción de masitas porque la demanda ha disminuido drásticamente. “La gente ya no compra como antes, uno o dos masitas para el antojo, porque tampoco tienen los mismos ingresos”, agrega.
Los costos de los insumos también han aumentado considerablemente en los últimos años. La harina, el azúcar y el coco, ingredientes esenciales para la elaboración de las masitas, han duplicado su precio. La harina, que antes costaba 130 bolivianos, ahora está en 260, y el azúcar también pasó de 140 a 260 bolivianos. El lacayote, utilizado en las tradicionales empanadas blanqueadas, que antes se conseguía a 10 bolivianos, llegó a costar entre 30 y 40 bolivianos. Pese a ello, las vendedoras han intentado mantener los precios de sus productos lo más accesibles posible, subiendo 0,50 centavos en algunas masitas en los últimos dos años.
De acuerdo a las vendedoras, las masitas más buscadas por la población son las empanadas blanqueadas, un símbolo de la gastronomía chapaca. Estas empanadas rellenas de dulce de lacayote se venden a 2,50 bolivianos, al igual que los pasteles de queso y queso con cebolla. Otros productos típicos como las hojarascas, suspiros y mantecadas se venden a un boliviano, mientras que los alfajores cuestan 1,50 bolivianos.
Tradición que sigue de generación en generación
La elaboración y venta de las masitas en San Roque no es solo un negocio, sino una tradición que ha pasado de generación en generación. Es el caso de Yovana Iraola, quien continúa con el legado de su abuela, Rosa Elba Castillo, una de las primeras vendedoras de San Roque.
Rosa transmitió sus recetas a su hija, quien actualmente las elabora, mientras que Yovana, desde hace 13 años, es quien las vende. “Desde niña acompañaba a mi abuela y a mi mamá, pero ahora soy yo quien vende en el mismo lugar”, cuenta con orgullo.
A pesar de los esfuerzos de las vendedoras por mantener viva la tradición, ellas enfrentan dificultades diarias que van más allá de la economía. Las condiciones en las que trabajan son duras. Sin contar con casetas o protecciones adecuadas, están expuestas al viento, la lluvia y el calor.
“Cuando llueve tenemos que cubrirnos con nylon, pero en días de tormenta hemos perdido masitas, las veíamos irse flotando en el agua”, recuerda Yola Jeréz, una de las vendedoras, en un relato que ahora comparte entre risas, aunque en su momento fue motivo de tristeza.
Además de las inclemencias del tiempo, estas mujeres también deben lidiar con situaciones de riesgo, como agresiones e insultos por parte de personas en estado de ebriedad. Una vez, un borracho las atacó con un palo, hiriendo gravemente a una de ellas, quien necesitó seis puntos en la cabeza. “A mí también me golpearon, y estuve adolorida por tres meses”, relata doña Florentina. A pesar de haber llamado a la policía en esa ocasión, no lograron detener al agresor.
“Es un trabajo pesado, aguantamos lluvia, viento, sol, todo”, menciona Yola. A pesar de las dificultades, el espíritu de estas vendedoras no decae. “Aunque vendamos harto o poco, siempre vamos a estar aquí con las masitas”, asegura Florentina.
Via: El País