Sábado, Julio 27
Shadow

La promesa al Jesús del Gran Poder: al año una vez

Jadeante y sin mirar al frente el moreno continúa. El paso cansino busca la meta. Cuando el dolor físico crece, se siente como si alguien estirará el camino, pero él tiene que seguir, Álvaro Flores debe cumplir la promesa que hizo.

Sin importar cuánto duelen los hombros, la espalda o los pies, debe continuar. Así es bailar morenada. Es vencer sufrimiento, rendirse al ritmo de la banda y avanzar para honrar la promesa a Jesús del Gran Poder.

El “Tata”, como le dicen al patrono, convoca a más de 75 mil bailarines y premia con regalos, al menos ese es el justificativo. Pasar por las calles más transitadas es ser parte de la vitrina de la burguesía aymara boliviana.

Aquí se demuestra el éxito en sus billeteras. Ellos creen en recibir bendiciones otorgadas por una figura de yeso que tiene tres caras. No todos los bailarines son los nuevos ricos, pero ahí están las cabezas. Carniceros, importadores, bordadores, comerciantes entre los más prósperos. Buenas inversiones, contactos y la sombra del contrabando como estigma. Todo suma para llegar a este momento.

A mitad del recorrido Álvaro, abogado hijo de comerciantes, ya no siente los pies. Sigue en automático y pese al cansancio se emociona con los aplausos y cuando la banda cambia de melodía. Su traje pesa 15 kilos. Por eso le dicen a la morenada danza pesada. Si la eliges se asume que puedes pagar. Según las creencias, estas son promesas, como el ayni andino, sagradas.

“Bailo por mi Tatita, para que me de prosperidad, para que me dé salud”, susurra. Todo lo invertido, inscripción, ropa, banda y cervezas, vuelve de un modo abstracto: creer.

Son 100 años desde que el rito empezó. Todas las fraternidades se encomiendan a los poderes de Jesús del Gran Poder para terminar el trayecto. Habrá muchos obstáculos y quizás el peor sea lidiar con un ambiente prolífico para borracheras y bochornos.

Él avanza y se acerca a las tres horas que dura el trayecto. El fraterno de la Morenada Señorial Illimani luce un traje dorado, botas con detalles azules con lentejuelas y perlas plateadas y pechera plastificada. Baila sin máscara, pues es figura de bloque. Adiós 500 dólares, hola creencia de prosperidad.

A su paso despertará envidias y críticas. ¿Cómo es posible que gasten tanto dinero para bailar? Aquí no bailan quienes quieren, sino quienes pueden. Además “si me emborracho, es con mi plata”, responde Álvaro. Todo sea por cumplir la promesa de la Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Al fin se pueden ver las luces al final del túnel. El último de palco está solo metros. El moreno inventa energías y sigue, sigue, porque es su promesa.

Vía: Página Siete

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